12:38 | Autor Iglesia Hogar
18:37 | Autor Iglesia Hogar

1. La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque « al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! » (Gál 4, 4-6).

En realidad, aunque no sea posible establecer un preciso punto cronológico para fijar la fecha del nacimiento de María, es constante por parte de la Iglesia la conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación. Es un hecho que, mientras se acercaba definitivamente « la plenitud de los tiempos », o sea el acontecimiento salvífico del Emmanuel, la que había sido destinada desde la eternidad para ser su Madre ya existía en la tierra. Este « preceder » suyo a la venida de Cristo se refleja cada año en la liturgia de Adviento. Por consiguiente, si los años que se acercan a la conclusión del segundo Milenio después de Cristo y al comienzo del tercero se refieren a aquella antigua espera histórica del Salvador, es plenamente comprensible que en este período deseemos dirigirnos de modo particular a la que, en la « noche » de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera « estrella de la mañana » (Stella matutina). En efecto, igual que esta estrella junto con la « aurora » precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del « sol de justicia » en la historia del género humano.

María es la Madre de Dios (Theotókos), ya que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno virginal y dio al mundo a Jesucristo, el Hijo de Dios consubstancial al Padre. « El Hijo de Dios... nacido de la Virgen María... se hizo verdaderamente uno de los nuestros... » se hizo hombre. Así pues, mediante el misterio de Cristo, en el horizonte de la fe de la Iglesia resplandece plenamente el misterio de su Madre. A su vez, el dogma de la maternidad divina de María fue para el Concilio de Éfeso y es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla.

Fuente: Redemptoris Mater

18:08 | Autor Iglesia Hogar

Nombre y origen

La Legión de María es una asociación de católicos que, con la aprobación eclesiástica, han formado una Legión para servir a la Iglesia en su perpetua lucha contra el mundo y sus fuerzas nefastas, acaudillados por Aquella que es bella como la luna, brillante como el sol, y -para el Maligno y sus secuaces- terrible como un ejército en orden de batalla: María Inmaculada, medianera de todas las gracias.
"Como resultado de la caída, toda la vida humana, tanto individual como colectiva, se presenta como una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (GS, 13).
Los legionarios ansían hacerse dignos de su excelsa y celestial Reina, y lo intentan mediante su lealtad, sus virtudes y su valentía. Y se han organizado a modo de ejército, tomando como modelo particular a la legión de la antigua Roma. La Legión de María ha hecho suya la terminología de la legión romana, pero, a diferencia de ésta, ni sus huestes ni sus armas son de este mundo.
Este ejército mariano, ahora tan numeroso, tuvo los más humildes comienzos. No se formó conforme a un plan preconcebido; brotó espontáneamente. Tampoco se formuló un proyecto de reglas y prácticas. Al contrario, por todo preparativo, alguien sugirió una idea, se fijó una tarde, y se reunieron unas cuantas personas, sin sospechar que habían de ser instrumentos escogidos por la divina Providencia.
En nada se distinguió aquella primera junta de las que hoy celebra la Legión de María en el mundo entero. La mesa, alrededor de la cual se reunieron, tenía puesto un altarcito cuyo centro era una estatua de la Inmaculada (de la Medalla Milagrosa), sobre un lienzo blanco, entre dos floreros y dos candeleros, con velas encendidas. Este conjunto, tan rico en simbolismo, obedeció a la inspiración de una de las primeras socias. Y allí quedó cristalizado todo lo que representa la Legión de María. La Legión es un ejército: pues bien, allí estaba la Reina antes de reunirse ellos; estaba esperando el alistamiento de aquellos que Ella ya sabía iban a venir. Ella fue quien los escogió, y no al revés, y, desde entonces, ellos se han puesto en marcha y luchan a su lado, sabiendo que el salir triunfantes y el perseverar guarda un ritmo exacto a su unión con Ella.
El primer acto colectivo de aquellos legionarios fue arrodillarse. Aquellas frentes jóvenes y sinceras se inclinaron. Rezaron la invocación y la oración del Espíritu Santo; y luego, entre los dedos ya cansados por el trabajo del día, desgranaron las cuentas de la más sencilla de las prácticas piadosas. Al extinguirse el eco de las jaculatorias finales, se sentaron, y bajo los auspicios de María, representada allí por su imagen, se pusieron a pensar cuál sería el mejor modo de agradar a Dios y de hacerle amar en el mundo. De aquellas consideraciones brotó la Legión de María con todas sus características, tal como es hoy.
¡Qué portento! ¿Quién, al contemplar aquellas humildes personas, tan llanamente ocupadas, hubiera podido suponer -ni al calor de la más loca fantasía- el destino que de allí a poco les aguardaba? Y entre ellas mismas, ¿quién sospechó jamás que entonces precisamente estaban fundando una organización destinada a ser una nueva fuerza mundial, la cual, fielmente encauzada y aprovechada, en manos de María, sería capaz de dar vida, esperanza y dulzura a las naciones? Con todo, así había de ser.
Aquel primer alistamiento de legionarios de Maria se hizo en Myra House, Francis Street, Dublin, Irlanda, a las ocho de la noche del 7 de septiembre de 1921, víspera de la fiesta de la Natividad de nuestra Señora. Por algún tiempo la organización se llamó "Asociación de nuestra Señora de la Misericordia", nombre tomado del título de la unidad madre.
La fecha del 7 de septiembre, dictada al parecer por circunstancias fortuitas, se tuvo al principio por menos apropiada que si hubiera sido al día siguiente; sólo después de algunos años, en los que María dio pruebas señaladas de su amor verdaderamente maternal, se echó de ver que no fue un rasgo menos delicado el que mostró hacia la Legión, haciendo coincidir su fundación con la hora de su nacimiento. Dice la Sagrada Escritura (Gén. 1, 5) que el primer día de la creación estuvo compuesto de tarde y mañana; así, era muy propio que fuesen los primeros aromas de la Natividad de nuestra Señora, y no los últimos, los que impregnaran la cuna de aquella organización, cuyo primero y más constante empeño ha sido siempre reflejar en si misma la semejanza de María como el medio más eficaz para glorificar al Señor

10:02 | Autor Iglesia Hogar
POR QUE AMAR LA PALABRA DE DIOS

¿Por que amar la Palabra de Dios?, es una pregunta sencilla, y la respuesta es igual de simple, Las Sagradas Escrituras, es la Palabra de Dios, es el mensaje de Dios al hombre, no importa quien, es decir esta dirigida a toda persona. ¿Para que?, para que a través de esta Palabra, el hombre conozca íntima y personalmente a su Padre del Cielo, que es nuestro Dios, a fin de que encuentre a Jesucristo Nuestro Señor, y de este modo viva para Dios y no para si mismo.

COMO ENTENDER LA PALABRA

Pero la Palabra de Dios, no puede ser entendida a través de conceptos imaginativos, ni ideológicos, ni por simple filosofía. Tampoco puede uno quedarse con la Palabra de Dios, como una fuente de inspiración teológica, o como una base de datos para la catequesis, es decir, como una fuente a la cual nos acercamos de un modo intelectual, porque esto nos conduce más a especular que conocer a Dios, o talvez más a meditar que rezarla y no debemos excluir la oración las Escrituras.

Y entonces, ¿como debemos leer y comprender la Palabra de Dios?, podemos decir que “tal como es”, debemos leerla y acogerla en la fe, además de comprenderla bajo la hermosa acción del Espíritu Santo, sabiendo que es una Palabra de Dios y que nos conduce a Dios.

ESCUDRIÑAR LA PALABRA

En algunas ocasiones, pretendemos buscar en la Palabra de Dios, la declaración de algunas ideas especificas, también la búsqueda del saber, en nuestro afán de conocer más, sin embargo los que nos deben motivar a acercarnos más y a amar más la Palabra de Dios, debiera ser el compromiso entre Dios y nosotros. Esto es, el compromiso entre Dios que nos habla y nosotros que le oímos, en otras palabras, acercarnos a Dios, con el fin de establecer con El, una alianza.

Tenemos que identificar la Palabra de Dios, como palabra de vida, a través de ella encontrar un medio de acceso a la vida de Dios, y de esta forma llegar a ser portadores de la vida de Nuestro Señor Jesucristo en nosotros.

LA PALABRA ES UNA SEMILLA

Es así, como la Palabra de Dios no es un simple libro, tampoco es una recopilación de muchos escritos, la Palabra es una semilla. Nuestro Señor Jesucristo, se encarga de explicarnos en la parábola del sembrador, como hay cuatro tipos de oyentes de la Palabra de Dios. Es así como nos explica como hay tres tipos de personas que no logran entenderla, aunque la escuchen. A uno de ellos el Maligno se la arrebata desde el mismo corazón, a otro aunque la acepta con alegría, la inconstancia no le deja que ésta fructifique, más aún ante cualquier dificultad todo lo que había recibido se le extingue, luego un tercer tipo de persona que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo material ahogan esta semilla de espiritualidad, la seducción de las riquezas la asfixian. Sin embargo, hay un tipo de persona distinta y es como la tierra fértil, escucha la Palabra y la comprende, esta dispuesta y produce fruto abundante.

Jesús vino a nosotros a sembrar la semilla de la Palabra de Dios y la vino a colocar en nuestro corazón. En efecto, el mejor lugar para recibir la Palabra es el corazón, ¿tenemos otra opción para atesorarla?, ese en ese lugar donde habita el amor, es allí donde Jesús nos quiere depositar sus enseñanzas, y si no tenemos disposición a recibirla en ese lugar, es cuando el maligno la arrebata.

LA PALABRA EN LAS MANOS DE DIOS

Por medio de la Palabra, Dios lo ha creado todo, y la palabra estaba con Dios antes de la creación misma, comunicando su fuerza a las criaturas. “Todas las cosas fueron hechas por EL, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”. (Jn 1 1-18). La Palabra es un instrumento, que en manos de Dios puesta sobre el mundo, transforma nuestra historia humana en historia de salvación. Así, la palabra completa y satisface el universo, como fuente única y maravillosa de todo lo viviente. En esta Palabra, Dios nos llama a la existencia, a vivir, a movernos y a ser. La Palabra es nuestra gran y mejor guía, que nos invita a encontrarnos con el autor de todo lo existe.

Y la Palabra se hace presente en nosotros en Jesucristo, como fuente de sabiduría, se hace vida en nosotros, y nos transforma en otro Cristo. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1, 1-18)

EN LA PALABRA RECIBIMOS A CRISTO

Si queremos encontrar a Dios, tenemos que hallarlo en el Hijo. “El Hijo vino para dar a conocer al Padre (Mt 11, 27), como si queremos acoger la Palabra de Dios, esa está en las Escrituras y en las Escrituras recibimos al mismo Cristo y en ella su Testimonio, su cumplimiento y realización.

“Comemos la carne y bebemos la sangre de Cristo en el misterio de la Eucaristía y en la lectura de las Escrituras”, escribe san Jerónimo, además proclama “Por lo que a mi respecta, creo que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo” y Juan Crisóstomo escribe, “debemos acercarnos al Evangelio como a la carne de Jesucristo”. Y estamos invitados a reconocer a Cristo en las Escrituras, en el Antiguo y Nuevo Testamento. Toda la Escritura, la Palabra, nos habla de Cristo y toda Escritura se ha cumplido en EL.

REFLEXIÓN DE SS BENEDICTO XVI

¿Qué podemos aprender de san Jerónimo? Sobre todo me parece lo siguiente: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: “Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo”. Por ello es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura. Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, tiene que darse un diálogo realmente personal, pues Dios habla con cada uno de nosotros a través de la Sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno. No tenemos que leer la Sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como Palabra de Dios que se nos dirige también a nosotros y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor. Pero para no caer en el individualismo tenemos que tener presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para edificar comunión, para unirnos en la verdad de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, a pesar de que siempre es una palabra personal, es también una Palabra que edifica la comunidad, que edifica a la Iglesia

No tenemos que olvidar nunca que la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos por tanto en nosotros la vida eterna.

El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que al celebrar la Palabra y al hacer presente en el Sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros.

LA LECTURA PERMANENTE

La lectura permanente de las Sagradas Escrituras, nos permite conocer lo mucho que Dios ha hecho por nosotros y el resultado de esta lectura, nos debe conducir a obrar como Dios obra, porque no solo se trata de saber como obra Dios, sino que además imitarlo.

Y hagamos de las Escrituras, una lectura preferida, ser leídas vivamente, buscando su significado con el corazón muy abierto y en oración. La Palabra es fuerza de Dios y mensaje vivo que El nos dirige para hoy. La Palabra leída y hecha oración, acogida con fe, entendida baja la acción del Espíritu Santo, como Palabra que viene de Dios, nos conducirá siempre a Dios.


Fuente: Pedro Sergio A. D. Brant